Infinita, mente.
Hablaron las cartas, las veintidós. También, los dados.
La Cábala, adoctrina el porvenir. La naturaleza del hombre se pone en cuestión, Cuando,
su bien más sagrado, responde a nombre en femenino.
Veintidós letras hebreas, hijas de la luna, susurran sobre enseñanzas, profetas y judíos. A cada una, un número matemático la representa y, como el ábaco, la cuenta. Cuentan.
Infinitamente.
Reiterada, mente.
El Talmud recoge elucubración y discernimiento de sabios eruditos, de aquella perdida y añorada Mesopotamia. Turbia mezcla de Magia y Alquimia, removida en caldero, fuego y círculo infinito. Antiguas Sabidurías de mujer que aquellos, no tan lejanos, ignorantes,
sólo supieron quemar.
Reiteradamente.
Incansable, mente. Culpables. Incansablemente.
Todos y todas culpables. En todo, momento y todo lugar.
De nacer, culpables, en lugar, forma y costumbres. Por nuestro cuerpo desnudo, la
garganta ahogada y nuestros pies descalzos, culpables. Culpables: de morder o no,
según convenga, la maldita manzana del prometido Paraíso. Del tiempo hecho añicos en meses, semanas, días, horas, minutos y segundos, culpables.
Culpables, del incansable tic-tac-tic que desgarra vida, cerebro y alma.
En esta penumbra, te reconozco culpable.
En esta penumbra, me reconoces culpable.
Miedo. A todo. A casi. A mucho. A.
La llave. Tenemos la llave. Ahora. Podemos deshacer el nudo. De ti, de mí, depende.
Más, ten los ojos bien abiertos, pues si de cerradura yerras, empiezas el eterno círculo por enésima vez. No dañes. No delates. No traiciones.
O, al llegar el otoño de tus días, cuando ni el bastón sostenga tu trémulo espíritu, no habrá flor que nazca en tu tumba.
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