A veces no me tengo,
vivo en antiguos sortilegios,
librando superfluas batallas
en guerras de trincheras
y el barro sobre las rodillas.
Apelmaza desde abajo,
sube lentamente, ahoga...
y el aire, gris como la ceniza,
Impávida ante la desesperanza,
se abre camino en baldosas
que son vida;
acercándose al oído susurra y dice:
donde tú estás aquí
frente a frente,
solo tú.
A veces me extraño,
busco sentido de un ser ausente.
En el espejo, una imagen difuminada,
percepción fatua de lo que fui,
negación crédula de lo que ansío ser,
o tal vez no.
A veces me pregunto quién soy,
dónde voy;
si ese alguien del espejo
no es más que un insulto de mí mismo,
un intruso, un je ne sais pas,
alma rota sin lamento.
Quizás no sea el momento
quizás no sea el lugar;
sigue en stand by, me repito.
A veces no me tengo, ni me veo,
no me conozco.
Sinceramente,
sin ánimo de molestar,
grito ante la concurrencia
que mis desencuentros a veces me hacen así,
vivir.
Con ese extraño halo de un ser
que me acompaña, me sonríe
y me lleva de la mano;
lentamente, le dedico mi mejor mirada:
usted, querido señor, soy yo.
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