Hay días en los que espero un tren
que siempre llega lleno.
No tiene destino
pero sé que me llevará a casa de nuevo.
Cruzaré aquel parque lleno de recuerdos de antaño
y divisaré mi puerta antes de cruzar la calle.
Tiempo al tiempo, tiempo después del tiempo.
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En las avenidas, la gente me habla en un idioma de ensueño.
Llevan en sus rostros,
sonrisas de fin del mundo.
Amables y cálidas,
siempre menos ensimismadas.
Tal vez por eso me hacen sentir extraño.
Porque en mi mente estoy cruzando aquel parque de siempre.
Cae la noche y no hay despedidas,
Sucumbo al sueño en el momento menos pensado.
Y espero una muerte indulgente,
mientras conservo los recuerdos intactos en mi mente.
Porque cuando hago el truco aquel
de traspasar las barreras del espacio-tiempo,
acabo extrañando una vida ajena
que me sonríe a kilómetros de distancia,
me hace un gesto de adiós
desde un rincón perdido entre la nostalgia
prometiéndome sentir que estoy menos solo.
Y así está bien, créeme. No podría ser mejor.