Amante de medianoche
que habitas el candor de mis sueños,
envuelta en el erotismo de tus promesas
y la desfachatez en tu sonrisa.
Bella.
Salvaje y portentosa.
Osada como luz de luna
filtrándose a través de las cortinas,
esperando un dulce cáliz redentor.
Con prontitud me dispongo
a conquistar tus rincones más recónditos.
Febril, desbordado por el imaginario de mis pasiones
que alcanzan un sublime punto de ebullición sanguíneo.
Algo ocurre.
Un silencio estremecedor de repente.
Flaqueo, dudo, temo.
¿Pero no es acaso el hombre más hombre
cuando es más firme que el mismo firmamento?
Te ríes.
No de mí sino conmigo.
Tomas mi mano y la conduces a través de tu manantial de anhelo.
Prueba infalible de la complicidad de nuestro momento.
Arengas al soldado caído,
mientras me recitas al oído unos sensuales evangelios
que hacen sonrojar a mi niño interior.
Y a medida que nos transformamos juntos
en un instante de eternidad,
entiendo como el infinito de nuestro vínculo
jamás se reducirá tan solo a la firmeza de mi voluntad.
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